lunes, 18 de abril de 2011

Del psicoanálisis no correcto al analista incorregible. Alberto Sanen

La posición que puede sostenerse al trabajar dentro de una institución psiquiátrica solo puede ser de equilibrista, puede inclinarse a la profesionalización y al ajuste de su quehacer con su consiguiente desaparición dentro del espacio burocrático, que no hospitalario y por otra parte dejar de cumplir una cierta función por modismos y ética extrañas al proceso de la institución pública, abierta a todos.

Un tercer punto de desencuentro se suscita cuando los que comparten su senda desacreditan la posibilidad de establecer un espacio analítico dentro del psiquiátrico y con ello dejan en tela de juicio al psicoanalista como tal; el riesgo se amplia al considerar que se encuentra atenido a demandas institucionales, demandas y necesidades de pacientes, demandas de grupos psicoanalíticos externos y demandas de su propio deseo.

Para ejercer una respuesta rigurosa ante esto es Freud quien señala “En la pràctica es inobjetable que un terapeuta contamine un tramo de análisis con una porción de influjo sugestivo a fin de alcanzar resultados visibles en tiempo más breve, tal como es necesario, por ejemplo, en los asilos; pero corresponde exigirle que tenga bien en claro lo que emprende, y que sepa que su método no es el psicoanálisis correcto (1), de ello se desprende que deba de operar en los limites de la representación analítica. No se suscita la puesta en marcha de una psicoterapia institucional, o una psicoterapia breve o una aplicación psicoanalítica, es un psicoanálisis, un cierto tipo de practica analítica.

Varias cuestiones son argumentadas para eliminar, cualquier vestigio de la palabra y su escucha en la institución. Primeramente, basados en la lectura de Foucault puede y debe aceptarse la existencia del psiquiátrico como medio de control: retención y aglomeración de los locos (2). Pero nadie quería otro destino para ellos, es decir o el manicomio o fuera de lugar, de su lugar de origen cual se supone ya se encuentra, es decir, que habite y transite pero no en las casas, no en los consultorios, no en las calles, no en las familias etc., será por tanto en el manicomio donde el sujeto encuentre la posibilidad también de dejarse escuchar, primeramente una petición de cese del dolor; eso ya es una demanda, una demanda sostenida, además de una convocación al sujeto supuesto saber y al saber que se le atribuye a ciertos sujetos. En el psiquiátrico la vida a veces puede ser silencio.

Frente al dolor de ver lo que se estaba haciendo - el dolor de no hacer nada, el dolor de hacer como que se hace, el decir que se hace neutralmente-, se tiene que responder, si se quiere inicialmente no a una demanda de análisis pero si debemos responder a una demanda política, ya que la educación, la salud, la seguridad social “son problemas políticos que rebasan el ámbito de la escucha del deseo y todos ellos están jugados en la demanda al hospital y a los operantes” (3)

El analista debe enterarse de antemano al introducirse en este espacio de la instauración de un ejercicio de poder inconsciente por parte del Estado sobre la población general, pero no solo para imponer “las formas que se identifican dentro de su obediencia… sino también una fuerza que duplique las formas, de las más publicas a las más privadas, en el sentido deseado por él. Es decir, la institucionalización” (4) como único estado aceptable y que debiese ser aceptado por el sujeto (5). Ello no niega en lo absoluto el carácter de artificial del hospital y de lo que en el acontece, más si devela que dicho carácter recubre por completo el universo de lo “humano” y el enloquecer, el que el infante enloquezca, también forma parte de ese universo. Sin embargo para nosotros “el individuo enfermo, tal como Freud lo aborda, revela otra dimensión que la de los desordenes del Estado y la de los trastornos de la jerarquía. Freud se enfrenta con el individuo enfermo como tal, con el neurótico, con el psicótico, tiene que enfrentar directamente las potencias de la vida en la medida que estas desembocan en la muerte, tiene que enfrentar directamente las potencias que se desprenden del bien y del mal” (6)

En este escenario hospitalario,un sitio propicio para el despliegue discursivo a condición de escuchar, es un sitio que permite al analista “sentir el pulso de su época” (7)
Lo anterior permite entender, que el psicoanalista invitado desde su inicio al manicomio, ahora al psiquiátrico, no pueda dejar de inscribirse en un sitio como este, donde el tiempo lógico ha desplazado el tiempo cronológico, donde la brevedad, tan mal entendida, no es por supuesto un elemento de la superficialidad es en todo caso lo que acontece, es un instante del cual se desprenden efectos perdurables.

Con el riesgo que comporta para el analista encontrarse en los enclaves de la atención de salud mental y en las tuercas de la maquinaria hospitalaria, aun con ello o por ello, recordemos la condición subversiva de la práctica, cual cross-cap las enunciaciones del analista, pero sobretodo la toma de palabra del infante ponen en contacto lo interior y lo exterior a la institución misma, viabilizándose una praxis en el corazón del edificio de la locura, en donde el sujeto existe fuera de lo convencional y por tanto donde las aplicaciones de los dispositivos también son no convencionales (8)

Es este microcosmos hospitalario (9)-macrocosmos subjetivo- un lugar donde la palabra medicada no deja de ser palabra y por tanto “es el instrumento, y el acto su consecuencia” (10) revelando que por el discurso se sostiene el sujeto y el sujeto psicoanalista. Este sitio de transferencias cruzadas es un espacio propicio para reanudar los lazos e incluso construirlos, a condición de que quien habla sea escuchado y que aquel que le devuelve su saber no le imponga ningún otro, encontrando en la fragilidad y el rigor que la ética brinda, la posibilidad de jugar a la ética, cuestión que permite escapar de las encrucijadas de la institución. Así aun cuando Dolto que señale en el Congreso de Roma que tarde que temprano, el analista en una institución terminara siendo un personaje incómodo para esta y para él mismo, resultando por tanto que tenderá a hacer otra cosa, cualquiera, menos una práctica psicoanalítica, tenemos que disentir de ello ya que es precisamente esa incomodidad, la que no permite acomodarse, auto-disolucionarse y sostener a la par una reinvención constante de la praxis y de si.

Es decir, tendría que sostenerse coherente en cuanto a su papel de descentramiento del sujeto, poniendo en práctica esa “no adecuación”, asumiendo que se ha centrado y privilegiado solo algunas de las posibilidades del ser y en todo caso si bien no es cuestión de un furor curandis, si es una responsabilidad ética “mejorar la posición del sujeto” (11)

Captar a la institución en su plano imaginario y no entramparse en él, al final de cuentas el sujeto “es un creador de instituciones, es un sitio de emergencias, de cuestiones que emergen y urgen, ante ello el analista “responde a la emergencia sin dejar caer la causa” (12)

La manera de resistir a la institucionalización, la formalización y la profesionalización tiende a pasar por tanto por el abandono de la “neutralidad” y la inclusión en una nueva arista de marginalidad, tiende a pasar por la no aceptación de lo correcto que los diversos campos plantean, por su puesto estos campos incluyen algunas correcciones de forma y fondo que diversas escuelas analíticas;por ello, si bien se sostiene como perteneciente a un grupo de cierto proceder como indi-vi-dualidad se sostiene a solas y a secas, podemos concluir para mantener un psicoanálisis -no correcto- se requiere un analista incorregible.


Notas de pie
1. Freud, Consejos al medico sobre el tratamiento analítico, p.117
2. Existen otros tantos trabajos que versan tanto sobre el manicomio como del psiquiátrico con la peculiaridad de ser visto y escuchado desde el interior: la Tapia del manicomio, Manicomios y prisiones, Psiquiatría y relaciones sociales, El frenopatico una realidad no-velada, La institución negada, La construcción institucional de la locura, etc.
3. Sauval Michel El psicoanalista y la practica hospitalaria, seminario de Internet
4. Lourau, El Estado y el inconsciente, p. 29
5. Véase de Ikram Antaky El pueblo que no quería crecer, Océano.
6. Ello permite, aun cuando no se desee, asegurar como señala Lourau, la supervivencia de la institución y por tanto la supervivencia del Estado
7. Barros Marcelo, El psicoanálisis en el hospital, p. 24.
8. Este carácter no convencional, ficticio de la practica y la teoría es adelantado por Mannoni en su texto, La teoría como ficción
9. Espacio artificial que promueve la enfermedad hospitalaria, pero que no es más o menos artificial que cualquier gabinete, consultorio o dispensario, habría que pensar en cuales “enfermedades” promueven estos.
10. Fundin Mónica, Mitos y realidades del psiquiátrico
11. Lacan, la angustia.
12. Barros Marcelo, Psicoanálisis en el hospital, p. 44.


Bibliografía
Barros Marcelo, Psicoanálisis en el hospital, Grama, Argentina, 2009
Foucault, El nacimiento de la clínica, Siglo XXI, México, 2000
Freud, nuevas aportaciones a la practica analítica, Amorrortu, Argentina, 2002
Freud, Análisis de masas y psicología del yo, Amorrortu, Argentina, 2002
Fundin Mónica, Mitos y realidades del psiquiátrico, Seminario Internet, 2006
Galende, Psicoanálisis y salud mental, Paidos, Argentina, 1992
Lacan Jacques, La ética del psicoanálisis, Paidos, argentina, 1995
Lacan Jacques, La angustia, Paidos, Argentina, 2006
Lourau Rene, El estado y el inconsciente, Kairos, España, 1980
Mannoni, El psiquiatra, su loco y el psicoanálisis, Siglo XXI, México, 1986
Sauval Michel, El psicoanalista y la práctica hospitalaria, Seminario en Internet

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